En este artículo te contamos qué es y que beneficios tiene este servicio que se ha popularizado en los últimos años. También te contaremos su historia desde los orígenes hasta la actualidad
¿Qué es?
La certificación de monedas es un servicio ofrecido por compañías privadas que autentican y asignan un valor numérico a piezas numismáticas en función de su estado de conservación. Para evitar la separación de la moneda de su respectivo certificado, ambos se colocan en una capsula de acrílico sellada. De esta manera, la única forma de acceder físicamente a la moneda o billete nuevamente es destruyendo la cápsula, pero en el mismo acto el certificado pierde toda validez.
La escala que utilizan las principales empresas del rubro es un valor numérico de 1 a 70. Es una escala ascendente en la que 70 es el máximo grado de calidad que podría alcanzar una pieza. El origen de esta escala data de 1948, ideada por el numismático norteamericano William Sheldon, que notó que la escala tradicional de solo 6 estados (Malo, Regular, Bueno, Muy Bueno, Excelente y Sin Circular) no era suficiente para describir el estado de una moneda.

La costumbre de certificar monedas lleva decenas de años en el mercado americano y en la última década en particular se ha vuelto una práctica casi obligatoria en término de intercambios comerciales, sobre todo desde el devenir de internet y las transacciones a distancia. La ampliación de dicho servicio a monedas internacionales hizo que aparecieran lentamente en nuestros mercados monedas sudamericanas encapsuladas. Están quienes gustan de mantenerlas de esa forma y quienes por el contrario, no ven la hora de destruir el ataúd plástico para poder palpar la pieza adquirida. Más allá de las prácticas folclóricas y los gustos particulares, la idea de este artículo es hacer un breve repaso de la experiencia recorrida luego de más de 40 años del nacimiento de este servicio que cambio nuestro hobby de manera radical.
Un poco de historia
Corría el año 1972 y el mercado numismático americano estaba despegando como un cohete. Los precios de las monedas venían subiendo con el mismo optimismo con que Neil Amstrong había puesto su pie derecho en la Luna hacía apenas tres años. Pero un problema novedoso estaba poniendo en jaque ese auge. La plaza se estaba inundando de piezas falsas e indebidamente alteradas y el mercado demostró no tener las suficientes herramientas para protegerse. La respuesta vino por parte de la principal institución numismática del país, la American Numismatic Association (ANA), que decidió fundar un servicio de autenticación y graduación de piezas. Para ellos formaron una empresa privada, la ANACS.
Se eligió para sus oficinas las ciudad de Washington DC y no de manera caprichosa. Al ser un servicio nuevo y carecer de material de referencia y contrastación, que mejor que estar cerca de la colección numismática pública más grande del mundo, la del Museo Smithsonian de esa misma ciudad. Además, dado que el delito de falsificación de moneda allí es tomado como prioridad de estado, el Servicio Secreto había manifestado su interés en mantenerse al tanto de los descubrimientos que hiciera la flamante institución.
Luego de algunos años, el servicio comenzó a hacerse popular, y como siempre ocurre, aparecieron los competidores. La ruptura del monopolio vino con novedades, en los años 80, la PCGS, introdujo una nueva práctica que se volvió característica hasta el día de hoy. Las monedas que certificaban eran devueltas a su dueño en un estuche acrílico inviolable que garantizaba el acompañamiento de cada moneda con su debido certificado. Hasta entonces, el proceso finalizaba con la impresión de una foto ampliada de la pieza con su catalogación y graduación impresa en el reverso.
El siguiente gran salto vino de la mano de la era digital e internet que permitieron el chequeo de certificados en línea, la base de datos de fotografías digitales y una de las más grandes incorporaciones de los últimos años, el censo público de piezas certificadas.

Beneficios de Certificar
Que el plástico se haya vuelto mandatorio en el mercado del norte no responde a un rasgo cultural propio de ese país, sino a los enormes beneficios que tanto coleccionistas como comerciantes vieron en ese servicio. El primer beneficio de obvia referencia es la reducción a prácticamente cero la chance de que la moneda que estamos comprando sea una falsificación y para quienes compran a distancia, esa sola facultad es suficientemente relevante como para no aventurarse a comprar monedas sin certificar.
En segundo término, la subjetividad en la graduación es un fantasma que entorpece muchas transacciones y ha generado enormes decepciones a los numismáticos. La existencia de una palabra final, permite la instauración de políticas de precios sumamente transparentes. Ya no es el comerciante el que tiene la potestad de definir el precio, sino que este se obtiene fruto de una catalogación minuciosa y un estado de conservación garantizado por una tercera parte en la que todos decidimos confiar.

La protección física de la moneda es un aspecto añadido que no a todos simpatiza. La imposibilidad de tocar el metal o de poder ver la pieza de todos los ángulos deseados hace que existan también algunos detractores de este sistema. Pero es innegable que elimina el riesgo de daño a la pieza por caída, mal atesoramiento y mala manipulación.
Otro aspecto que nos brinda hoy la tecnología, es la trazabilidad. Cada pieza posee un número único que hace posible conocer la procedencia de la misma. Esto nos permite consultar en línea los antecedentes de subasta y otra información importante respecto al historial de la moneda en cuestión.
En la segunda parte que publicaremos pronto, te contamos cómo acceder a este tipo de servicios y qué diferencias hay entre la variedad de proveedores. Además indagaremos en algunos problemas de mercado que surgieron con los años en torno a las monedas certificadas y como se resolvieron. Por último compartiremos algunos consejos sobre que piezas es conveniente certificar y cuando hacerlo.